Yo digo que se llama María. No le hice una foto pero salí a observarla cuando se iba, después de que le dijeran que Ana y Concha viven, en realidad, en la calle de al lado.
María llegó a la puerta y miró para adentro. Me preguntó si conocía a Ana. Giré para mirar a la persona que preguntaba por Ana: gafas lilas, pantalones de chándal morados, camiseta con flores turquesas y violetas… Sí, puede ser verdad que se llama María; de muy pequeña alguna vecina le decía Mariquilla, y a ella no le gustaba. Ahora, cuando va al médico, le dicen señora María. Y tampoco le gusta.
María venía buscando a Ana, que tiene una hermana que se llama Concha.
Son grandes mujeres, muy inteligentes -eso les dice a otras dos vecinas, después de preguntarles si han visto a las hermanas últimamente, si saben cuál es su terraza-.
Hace tiempo que no vengo, hace tiempo que no las veo. El otro día me dijeron algo de Ana; yo no oigo muy bien, ¿sabes? pero me pareció escuchar «que Ana falta, que Ana falta» -la miro y sé que no recuerda muy bien quién le dijo eso, si le pasó o lo soñó-, así que vengo a ver cómo está Ana, si es que no falta.
querida Diaria,
en realidad, hoy escribo a ciegas. Y sin papel ni lápiz. No dejo de pensar en la de cosas que tengo que contarte, pero no puedo distraerme ni un segundo. Hace días que mamá no aparece. No me preocupa cuidar de Martina. Me preocupa no poder salir a buscarla. ¿y si no puedo volver? Ya salimos ayer, y otro día la semana pasada, a ver si encontrábamos algo de comida. Martina trata de no parecer asustada, pero aprieta tanto la peonza en su mano arañada que se hace daño. Yo creo que no quiere llorar para que sigamos buscando, porque en realidad tiene mucha hambre, pero en la mitad de cada mejilla lleva una línea de lágrimas que van cayendo sin pararse. Nunca. Hasta que volvemos y se sienta otra vez bajo la mesa.
Diaria… estaría muy bien al menos encontrar algo más de papel, o unas tizas, o un lápiz. Así podría contártelo todo. Lo haré en cuanto pueda.
Mientras tanto, espero que te llegue este abrazo que te envío.
Y besos.
Lucho
el sol entra
va dejando su rastro de
no lo voy a decir
dilo tú
al fin y al cabo
todas las ventanas se mueven
incluso las que no están