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Cielo raso, peluches secos.

El martes murieron dos. Luego, alguno más. Desde el secreter, alineados, me despiden.

Los vivos juegan entre las maletas, sin saber.

No me voy porque se estén muriendo. Ni entonces le escribí porque no dejasen de aparecer. Me acostumbré a su llegada compulsiva, a disimular si nacían en el metro.

Me voy, no sé si leyó mi carta. Desisto, ya esperé sus palabras. No sé cuándo volverá, si quedará alguno vivo. Y quiero que sepa.

El portero se encarga, pondrá el veneno esta tarde. Una muerte más dolorosa le hará el trabajo más fácil a Monsieur Déniche. Conservarán su tamaño, los ojos brillantes y huidizos.

Vendré el domingo, antes de tomar el tren. Será fácil. Engancharlos de uno en uno en su pedazo de cuerda. Tirar. Las poleas harán el resto.

Si llega, no los pisará.

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